MARTES DE LA XIII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, (Primera Semana del Salterio)
MISA DE LA SOLEMNIDAD DE LOS SANTOS APÓSTOLES SAN PEDRO Y SAN PABLO
Pedro dijo a Jesús: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Jesús le respondió: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.
(Mt. 16, 16.18)
¡Paz y bien!
Todas
las Iglesias celebran unánimemente la solemnidad del martirio de los apóstoles
Pedro y Pablo. La fiesta de los apóstoles procede de la Iglesia aún indivisa y
debe celebrarse con un gran sentimiento ecuménico. Esta fiesta es pues antigua
y universal, no sólo en Roma, sino en todo el mundo cristiano. Ciertamente, la
Iglesia celerbró esta fiesta antes que la Navidad del Señor. Realmente es un
tesoro teológico y litúrgico de todos en todos los Ritos. La liturgia de los
apóstoles se revela festiva y, al mismo tiempo, se reviste de una misma
gravedad y ponderación. Celebramos el fundamento apostólico de la fe cristiana.
Sobre esta fe el Señor edifica su Iglesia. El prefacio es bello y denso y
revela el sensus theologicus de la fiesta.
En el
Rito Bizantino precede a la solemnidad “el ayuno de los apóstoles”. El Papa
León, en el año 461, explicaba que este ayuno es lo que los apóstoles hicieron,
según la tradición de las Iglesias, para que el Espíritu Santo los asistiera
antes de iniciar la misión universal. Los textos eucológicos y las lecturas
propuestas vienen de la más antigua tradición litúrgica.
En
momento crítico del ministerio de Jesús, propiamente fuera del territorio
palestinense, en Cesarea de Filipo, el Señor escucha la profesión de fe de
Pedro. Sobre su fe (y la de los discípulos), el Señor puede edificar su Iglesia
dándole -por el ministerio de los apóstoles- los medios de salvación. Desde
ahora ya puede ir a Jerusalén, a la cruz. El nombre de Simón, el primer
apóstol, es cambiado por el nombre de Pedro (Cefas), que significa “roca” y es
gratificado por la bienaventuranza de la revelación: ¡Bienaventurado tú,
Simón, hijo de Jonás! Es la roca de la fe apostólica, el primado de Pedro,
en el sentido eclesiológico más profundo y esencial. El Señor necesita de
nuestra fe para edificar la Iglesia.
La
comunidad, como escuchamos en la primera lectura, deberá rezar por él insistentemente.
Pedro será liberado de la noche de la prisión y deberá ir al encuentro de los
hermanos y hermanas para confirmar su fe. Adviértase que los verbos de la teofanía
son importantes (Date prisa, levántate; Ponte el cinturón y las
sandalias; Envuélvete en el manto y sígueme) porque indican la futura
suerte de Pedro y su martirio, como le fue dicho (Jn. 21, 18 ss). Ahora sabe
que él debe continuar el camino del seguimiento hasta el final.
La
segunda lectura está dedicada al testamento espiritual de Pablo. Toda su vida
queda contenida en aquello que escribe: es como la síntesis gloriosa y humilde
del siervo del Señor. Ha sido una vida entregada, ofrecida (Yo estoy a punto
de ser derramado en libación): el bello combate de la paz y del Evangelio
ha terminado, la carrera ha llegado a la meta, y él ha conservado el don más
grande (su fe). El Apóstol termina la carta con una doxología que, en
cierto modo, es su última palabra a la Iglesia (nosotros). Es la victoria sobre
la muerte, es la vida de la fe que suspira por la Vida divina.
& Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles. (Hch. 12, 1-11)
«Ahora sé realmente que el
Señor me ha liberado de las manos de Herodes»
& Salmo Responsorial (33)
«El Señor me libró de
todas mis ansias»
& Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo. (2 Tim. 4, 6-8. 17-18)
«Me está reservada la
corona de la justicia»
X Lectura del evangelio según san Mateo. (Mt. 16, 13-19)
«Tú eres Pedro y te daré
las llaves del Reino de los cielos»