DOMINGO de la VI SEMANA DE PASCUA, (Segunda Semana del Salterio)
Como primera lectura se lee la asignada al domingo VI de Pascua, con su correspondiente salmo responsorial; en cambio la segunda lectura y el Evangelio pueden ser o bien los de este domingo VI de Pascua o bien los correspondientes al domingo VII. Con la no muy feliz solución, desde el punto de vista litúrgico, de trasladar la Ascensión del Señor al domingo, hay que advertir que es grave omitir siempre el VII Domingo de Pascua. En este domingo se lee parte de la Plegaria Sacerdotal de Jesús. Si se omite por defecto, la asamblea jamás podrá escuchar este importante y decisivo texto del evangelio. Es altamente recomendable leer este año la segunda lectura y el Evangelio del VII Domingo de Pascua. Nadie puede obligar a las asambleas cristianas a no escuchar nunca la Oración sacerdotal del Señor, en la cual, como sacerdote de la nueva alianza pide epiclépticamente al Padre el don del Espíritu Santo. Es su epíclesis sobre la Iglesia. La Oración sacerdotal de Jesús nos introduce en el misterio de Pentecostés.
El Espíritu Santo es derramado en la casa de Cornelio (otra de las efusiones que se relatan en el libro de los Hechos de los Apóstoles). Los gentiles entran a formar parte del Nuevo Israel. Si han sido objeto del amor de dios (el Espíritu) son aptos para recibir el bautismo. La lectura evoca la antífona de entrada (1 opción) del día de Pentecostés: “El Espíritu del Señor llena la tierra y, como da consistencia al universo, no ignora ningún sonido. Aleluya” (no debemos olvidar que estamos en los momentos fundantes de la Iglesia). Con razón y como resuesta se canta el salmo noventa siete, salmo real y mesiánico: El Señor revela a las naciones su salvación. La carta de san Juan continee la definición más alta de la esencia divina: Dios es amor.
Como amor que es, se ha manifestado como amor gratuito (a cambio de nada) y como el primero en amar (él siempre tiene la iniciativa). El amor que Dios nos tiene se ha manifestado en el envío del Unigénito al mudo. Porque nos amó tanto, nos envió al que amaba más: su Hijo. Por lo tanto, “conocer a Dios” y “amarle” es lo mismo: los caminos del conocimiento de Dios son los caminos del amor. La doctrina trinitaria y cristológica no puede ser más alta: Dios es Amor porque Dios es Trinidad. Esto está en clara continuidad con el texto del Evangelio en el cual el Señor nos da el mandamiento del amor. Es un mandamiento nuevo, jamás envejecido (cada día hay que estrenarlo): un mandamiento jamás agotado. Debemos amarnos “como Él nos ha amado”. La exégesis sabe que este como yo os he amado tiene un sentido casual. En realidad, debería traducirse como porque yo os he amado. Amor que nos sitúa en el ámbito de la amistad con el Señor (ya no os llamo siervos, sino amigos), amor de elección (preferencia que jamás excluye), y amor que es misión: destinados a dar fruto y un fruto que permanezca. La importancia del mandamiento nuevo se recalca con su reiteración al final del texto. Todo ello será para los discípulos “permanecer en su amor”, como él permanece en el amor del Padre y participa de su alegría, alegría que llegará a su plenitud. Para que sea así, Él ha entregado su vida y ha manifestado el amor más grande: Nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
La oración de Jesús, llamada -Plegaria Sacerdotal- es culminante porque se sitúa en el momento (la hora) del tránsito de este mundo al Padre. En el evangelio aparece la parte central de esta oración. Nosotros debemos comprenderla como la oración de su éxodo de este mundo al Padre por la muerte y la resurrección. También por su ascensión y donación del Espíritu Santo. Jesús ruega al Padre que no “nos retire” de este mundo, ya que igual que él, nosotros tampoco somos del mundo. La petición de Jesús conságralos en la verdad sólo puede significar nuestra santificación operada por el envío del Espíritu Santo. Consagrados por la Verdad (el Verbo y el Espíritu), somos enviados al mundo. Este se confirma plenamente en la segunda lectura: En este conocemos que permanecemos en él y el en nosotros: en que nos ha dado el Espíritu. Jamás será separables el amor de Dios y el amor recíproco. La plegaria sacerdotal de Cristo es su anáfora antes de la oblación de su propia persona; él, que en la Cruz, es “altar, víctima y sacerdote”.
Si me amáis, guardaréis mis mandamientos -dice el Señor-. Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros. Aleluya.
(Jn. 14, 15-16)
¡Paz y bien!
& Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles. (Hch. 10, 25-26. 34-35. 44-48)
«El don del Espíritu Santo ha sido derramado también sobre los gentiles»
& Salmo Responsorial (97).
«El Señor revela a las naciones su salvación»
& Lectura de la Primera carta del apóstol san Juan. (1 Jn. 4, 7-10)
«Dios es amor»
X Lectura del evangelio según san Juan. (Jn. 15, 9-17)
«Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos»