domingo, 2 de mayo de 2021

Lecturas del día 2 de mayo de 2021

DOMINGO de la V SEMANA DE PASCUA, (Primera Semana del Salterio)


        Domingo de la vid verdadera. La viña es el “símbolo” del pueblo santo de Dios. Son numerosas las referencias del Antiguo Testamento que comparan el Pueblo de Dios a una viña que  el Señor ha plantado (Salmo 79), y del cual espera los mejores frutos (Is. 5, 1-7). Cristo, en el discurso de despedida, se define a sí mismo como la verdadera vid. Una verdadera vid que el Padre ha plantado en la tierra de la encarnación. El Padre es el divino agricultor: la hace fructificar cortando los sarmientos estériles y podando los demás para que den más fruto. Los discípulos pertenecen a esta segunda especie ya que ellos están limpios por la palabra que les ha dado: recuérdese el lavatorio de los pies y la plegaria sacerdotal (Jn. 17, 14. 17. 20). El Señor exhorta a permanecer unidos a la vid que comunica la savia vital con la severa exhortación: Sin mí no podéis hacer nada. Todo es gracia divina que precede, acompaña y sigue al que se une con fidelidad al Señor; si no es así, el discípulo se convierte en un sarmiento seco, inservible, ya no sirve sino para ser quemado. Nada, un deshecho. El texto contiene toda la teología de la gracia.

        Estamos enraizados en Cristo, no somos niños abandonados después de nuestro nacimiento. Estamos vinculados a un origen que nos da fuerza y produce frutos, lo que permite una existencia cristiana útil llena de sentido. La palabra fundamental del Señor es: Permaneced en mí y yo en vosotros. Este verbo “permanecer” es realmente clave y conecta la simbólica de la vida a la unidad vital que procede del Padre y del Hijo, manifestándose en el Espíritu Santo que nos une a la caridad. Por ello la oración litúrgica siempre es dirigida al Padre por Cristo “en la unidad del Espíritu Santo”: Si permanecéis en mí, pedid lo que deseáis, y se realizará. Este es el misterio más íntimo de la Iglesia que, sin Cristo no es nada. Tiene relación con la segunda lectura donde se lee: Quien guarda los mandamientos permanece en Dios y Dios en él.

       En la primera lectura Pablo se incorpora a la Iglesia de Jerusalén, pero los discípulos desconfían y no pueden creer que el célebre perseguidor de la Iglesia se haya convertido de repente en un verdadero sarmiento de la vid. El texto termina con un sumario de la primera comunidad: La Iglesia gozaba de paz (…) se iba construyendo y progresaba en la fidelidad al Señor, y se multiplicaba, animada por el Espíritu Santo. La Iglesia (ecclesía) injertada a la vid por el bautismo y la eucaristía da el mejor fruto y manifiesta la gloria del Señor Resucitado. El fruto que debemos dar es el amor auténtico: no amemos de palabra y de boca sino de verdad y con obras, dice san Juan en la segunda lectura. El amor es el signo de la presencia del Espíritu Santo: el vino nuevo, de una alianza nueva. También de una alegría nueva (Jn. 3).


Yo soy la verdadera vid, y vosotros los sarmientos, dice el Señor; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante. Aleluya.

(Jn. 15, 1. 5)


¡Paz y bien!

& Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles. (Hch. 9, 26-31) 

«Él les contó cómo había visto al Señor en el camino»


& Salmo Responsorial (21) 

«El Señor es mi alabanza en la gran asamblea»


& Lectura de la primera carta del apóstol san Juan. (1 Jn. 3, 18-24) 

«Este es su mandamiento: que creamos y que nos amemos»


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